Cómpralo, úsalo y tíralo: la esencia de la fast fashion
La tendencia de la fast-fashion, tiene impactos negativos en diferentes niveles, desde el medio ambiente hasta el consumidor final
Por CARLOS YÁÑEZ
- La tendencia de la fast-fashion, tiene impactos negativos en diferentes niveles, desde el medio ambiente hasta el consumidor final
En estadística, la moda es el valor que más se repite. En cuestión de ropa, accesorios, calzado y todo aquello que portamos, la definición no dista demasiado de su significado estadístico. La industria de la moda genera $250,000 millones de dólares sólo en Estados Unidos, uno de los principales mercados a nivel global.
Todas las grandes marcas y corporaciones quieren su rebanada del pastel y una de las formas de elevar las ganancias ha sido “democratizar” la moda, es decir, acercarla a aquellos que no tienen la posibilidad de adquirir ropa de diseñador.
Ahí está el origen de la fast fashion: ropa de corta duración (en términos de calidad y en aparición de nuevas colecciones) que sigue una necesidad de innovación creada con el propósito de vender más.
En resumen, ropa que se va a romper o desgastar pronto y, además, que busca ser reemplazada en un corto periodo porque ya hay nuevas tendencias.
En promedio, la vida útil de las prendas fast fashion se reduce a ser usada en 7 ocasiones.
En entrevista para LAS BUENAS COMPRAS, la diseñadora y productora de ropa interior para mujer, Ale Montemayor, señala que “fast fashion es ropa desechable, hecha generalmente con materiales sintéticos como el poliéster, con poca calidad.
“Están hechas para que su tiempo de vida útil sea muy corto, ya sea por la calidad de los materiales o la manufactura. Lo que se busca es mucha rotación, es decir, que estén en un anaquel el menor tiempo posible”.
MÉXICO REGISTRA ALTO CONSUMO DE FAST FASHION
Durante 2020, en México las utilidades obtenidas por la fast fashion alcanzaron casi 5,000 millones de dólares y el país estuvo ubicado entre los 20 primeros lugares en ventas del sector, clasificación encabezada por China, Estados Unidos, Reino Unido, Japón y Alemania.
En tiempos un poco más antiguos, las colecciones se dividían en Primavera-Verano y Otoño-Invierno (lo que incluso podría resultar excesivo, al menos en la Ciudad de México, que tiene un clima templado la mayor parte del año y estados donde predomina el calor).
En la tendencia de la fast fashion, fácilmente se superan 10 colecciones por año e incluso llegan a rebasar varias decenas. Datos muy reveladores señalan que en los últimos 20 años el consumo de ropa en el mundo ha incrementado 400% y el desecho de prendas aumentó 816% en el último medio siglo.
Pero más ropa significa más trabajo para diseñadores, trabajadores textiles y vendedores, ¿o no?
Lamentablemente, no. Para lograr elevados niveles de producción, los costos deben ser mucho menores, los materiales deben tener menor calidad, las fábricas se instalan en países con leyes laborales y ambientales relajadas o inexistentes, y los diseños son genéricos o producto de la imitación.
“La fast fashion afecta en varias formas, se han visto muchos casos de plagio; de repente diseñadores muy reconocidos ven sus diseños en una prenda de 80 pesos. Estamos hablando que si esa prenda en México cuesta 80 pesos, su producción debe costar 5 pesos”, revela Ale Montemayor.
“También se han visto casos de apropiación cultural donde se roban textiles o estampados purépechas o de otras comunidades indígenas a las que no les dan ningún tipo de crédito ni de utilidad o ganancia por la venta de esas prendas”, agrega la diseñadora.
EL IMPACTO AMBIENTAL
En términos ambientales, y sólo por citar un ejemplo, unos jeans pueden gastar entre 2,000 y 3,000 litros de agua; incluido el consumo desde el cultivo del algodón, pasando por el teñido y hasta la manufactura de los pantalones.
A todo ello hay que sumar la huella de carbono; de acuerdo con Greenpeace, la producción de ropa representa 10% de la producción de CO2 y otros gases de efecto invernadero a nivel global.
“La fast fashion es un modelo de consumo basado en la inmediatez que premia la satisfacción con un costo ambiental muy alto en términos de consumo de recursos, de huella de carbono, de empaque, etcétera. El costo del fast fashion apenas se está empezando a ver porque esto apenas tiene unos 15 años, pero ya se percibe por la cantidad de ropa que se desecha en los tiraderos y los microplásticos que llegan al agua, es decir una contaminación muy importante”, señala Montemayor.
El problema de la fast fashion radica en que dura poco, consume muchos recursos y, al ser principalmente de fibras sintéticas, es una fuente enorme de residuos. Se calcula que alrededor de 73% de la ropa producida anualmente llega en el mismo año a basureros, incineradores y rellenos sanitarios.
Pero este fenómeno no sólo afecta al ambiente, también tiene implicaciones sociales y económicas importantes. De acuerdo con el documento Conociendo la Industria Textil y de la confección, publicado en 2020 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y la Cámara Nacional de la Industria Textil (CANAINTEX), la industria textil generó un déficit comercial en la balanza comercial de 4 mil 870 millones de dólares en 2018.
COSTO-BENEFICIO
“La fast fashion se caracteriza por tener un precio muy bajo con una calidad directamente asociada a ese precio. El tema se divide en la oferta y el mercado. En cuanto al mercado, puedo decir que la gente se está acostumbrando a comprar un café de 80 pesos y a playeras o ropa de 100 pesos. Está completamente desproporcionada la equiparación de un gasto. Antes por una prenda pagabas algo más elevado y por un café algo mucho menos oneroso”.
“Bueno, bonito y barato no existe. Eso es hablar de un unicornio. Puede ser bueno y bonito, pero no es barato; o puede ser bonito y barato, pero no es bueno; o barato y bueno, pero no es bonito. La fast fashion está hecha por corporaciones gigantescas con una capacidad industrial monumental. Un pequeño negocio no puede ofrecer los precios que ofrecen las marcas de fast fashion simplemente porque sus costos no son los mismos”, lamenta la especialista.
Una de las posibles soluciones es adquirir ropa de mejor calidad, aunque ello implique un desembolso un poco más alto, ya que su durabilidad será mayor.
En términos de tendencias, hay clásicos que nunca pasan de moda y estar al último grito no es absolutamente necesario. Pensemos un poco en el ambiente y las consecuencias para el planeta que tienen nuestros hábitos de consumo.
“Cuando inviertes en productos de buena calidad, y ahí hablo igual de una prenda de vestir que de un automóvil, la vida útil de ese artículo va a ser mucho mayor. Quizá en un inicio se vea como una inversión más significativa, pero a la larga va a devengar ese valor en una manera exponencial. Es muy diferente gastar en algo que invertir en algo, y una prenda de buena calidad es una inversión y no un gasto”, finaliza Montemayor.